martes, 2 de septiembre de 2008

La chispa adecuada

Hagrid y yo éramos compañeros de instituto, ni si quiera amigos. Él era como el Florentino Fernández del colegio y yo era la que vestía rara y decía cosas raras. Él se burlaba de mí con su amigo y yo de él con mi amiga. Un día empezamos a hablar. A él le gustaba una rubia y luego le gustó una morena. En plan película americana para adolescentes, él buscaba que yo le mostrara los secretos del mundo femenino para poder conquistar a la rubia primero y a la morena una vez que la rubia se colocó el cartel de Imposible. Llegamos a ser muy buenos amigos y la morena no se decidía, porque estaba colgada de otro tío. Como el roce hace el cariño (y si es entre dos palitos también hace fuego) Hagrid me declaró su amor. Mandó al carajo a la rubia y a la morena y centró sus fuerzas en la castaña pilonga que os escribe. Para mí era sólo un amigo y yo le decía que faltaba la chispa que diferenciaba a un amigo de un algo más. Me dejó un CD de Héroes del Silencio y me indicó qué canción debía escuchar.

Qué cabrón, pensé, La Chispa Adecuada.



Pasó el tiempo, con sus meses y sus estaciones, y una mañana de Febrero, cuando debíamos estar en clase pero en vez de eso estábamos sentados en un banco fuera del instituto, le propuse formalizar las cosas: Si vamos a estar siempre juntos será mejor que seamos novios, ¿no? Y desde aquel momento han pasado ya seis años y medio.

Algo parecido ocurrió cuando vinimos a Madrid y empezamos nuestra vida en pareja, gracias a Montero que necesitaba compañeros de piso y no se le ocurrió otra cosa que buscarlos en Cádiz. Cuando nos independizamos del todo y yo ya podía pasearme en pelotas por el piso, la cosa quedó así: Si vamos a vivir siempre juntos será mejor que demos un paso más y nos hagamos pareja de hecho, ¿no? Y mañana iremos a pedir cita para casarnos a lo gay.

Estos son los grandes planes de los que hablaba, que empezaron con un viaje de locos a Marsella por 1€ con Ryanair y no sé cómo acabarán, porque lo de Marsella se quedó en sueño de una noche de verano en el Parque Europa.

Al final, como siempre, Hagrid tenía razón y todo arde si le aplicas la chispa adecuada.

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