martes, 17 de noviembre de 2009

Matrimonio bien avenido

Hace tiempo hablaba con mi abuela sobre su rol de esposa y me dio mucho en qué pensar. Su hermana le decía que sólo le faltaban la cofia y el delantal para ser la perfecta sirvienta de su marido, pero a pesar de que mi abuela renunció a su independencia por él, también es verdad que era otra época y esto era lo cotidiano, siempre ha manifestado lo feliz que mi abuelo la hacía y el amor que se profesaban se mantuvo hasta sus últimos momentos. Cuando mi abuelo murió, ella no le guardó luto porque a él no le gustaba que se vistiera de negro. En cambio, no prueba la comida que sabe que era su preferida y borró el día 19 de los calendarios.

En estos días en que es más fácil rendirse a los pequeños caprichos porque parece que todo vale y que el cura del pueblo no va a ponerte de mal ejemplo en las catequesis y, en tal caso, te la va a pelar, parece complicado acabar la vida junto a la persona querida. Antes, el hombre tenía que hacer lo que tenía que hacer y la mujer tenía sus propias labores, mientras ninguno se saliera del tiesto no había problema y si, como en el caso de mi abuela, ella vivía para complacerle, entonces seguro que el matrimonio sería maravilloso.

No tenía más aspiraciones que devolverle la felicidad que él le había dado al apartarla de una madrastra malvada, al contagiarle su alegría apartando a la niña triste que fue. Comportarse como una buena esposa: trayendo hijos al mundo, criándolos, manteniendo la casa impecable, preparándole el aperitivo, metiéndose en la cama cuando él quisiera. Hoy sería denigrante, pero entonces ella era feliz de pura simpleza, pues había logrado sus objetivos. Casi todos, porque siempre quiso ser matrona. Y yo estuve a punto. Pero no quería robarle su sueño ni vivir uno que no fuera el mío. Me pregunto que habría sido de nosotros, pero eran otros tiempos.

Feliz cumpleaños

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