La censura

Leí por alguna parte que, de los atributos femeninos, los hombres del hemisferio norte preferían los pechos y los del hemisferio sur, las nalgas. Todo esto es cuestión de educación, de tradición, pero con esto del mestizaje, internet, la inmigración, el perreo, Top Radio -con sabor latino-, Vida Guerra y compañía, habría que actualizar las encuestas. Carne. Al fin y al cabo es carne. Sensual. Sexual. Vale, las feministas me dirán que no es carne, que son mujeres, pero mete a esas mismas feministas (heterosexuales) en un autobús con destino a un local de boys/streapers y que me cuenten si es carne o no es carne. Es cuarto y mitad de lomo embuchado.

Ahora bien, hay momentos y circunstancias. Uno no ve un cuerpo desnudo y se excita. O no debería. Querido lector, si es tu caso piensa en aliviarte de vez en cuando. Una mente sana es capaz de reconocer un entorno sexual saludable, con una pareja receptiva en un contexto adecuado donde dejarse llevar por las pasiones y follar como perros. Una mente insana ve sexo donde no lo hay. Ve sexo en el arte, en la palabra, en la creatividad publicitaria, en cualquier parte. Un cuerpo desnudo no es forzosamente sexo, sexo y más sexo. La censura y la represión llevan a esta idea errónea (y las mujeres llevan burka y no las puede ver el médico).

Por ese motivo siempre estuve a favor de educar a los niños en la naturalidad del desnudo. Enséñale una mano a un niño de diez años y se quedará igual, luego enséñale una teta, a ver qué pasa. Si se les acostumbra a ver el cuerpo como un conjunto, como algo natural, sin darle más importancia al culo que al codo, ese niño vivirá en armonía y tendrá menos problemas a la hora de relacionarse con su sexo y con el opuesto y no se volverá loco cuando vea a una mujer haciendo topless en la playa, encuentre un catálogo de lencería o den el aparato reproductor en el colegio.